Una copa para cada vino
Primera Parte: Blancos
Como “a cada prelado su solideo”, nada más justo que servir un vino en la copa adecuada.
Recordemos previamente que las copas deben ser de cristal fino y transparente, sin tallados; fondo redondeado y chimeneas que respondan al perfil del vino; forma y tamaño acordes permitirán registrar sus características organolépticas para disfrutarlo en toda su expresión.
Para los vinos blancos, ácidos y ligeros: aquí se debe tener en cuenta la cualidad del frutado y el poco alcohol. El formato adecuado es el de una copa de diámetro mediano, chimenea de poca altura, con un borde superior ligeramente hacia fuera que atenúe la acentuada acidez. Esta terminación dirige el fluido hacia la punta de la lengua donde se percibe el gusto dulce.
Vinos blancos con cuerpo consolidado en madera: estos vinos requieren de copas de gran volumen que posibilitan, por su tamaño, desplegar la variedad de sus aromas. Al contrario de los anteriores (ácidos y ligeros con poco alcohol), estos vinos son más alcohólicos y requieren de una chimenea más alta para alejar la nariz y evitar molestias.
Para los vinos blancos muy aromáticos, se requieren copas grandes y abiertas con chimeneas no muy altas para no perder la delicada sutileza de sus perfumes.
Por último, la de champagne y espumantes: la copa aflautada, de diámetro angosto y boca estrecha, permite concentrar los complejos aromas del vino madurado en botella y evitar la dispersión de las preciadas burbujas (para dirigirlas dentro de la copa, se suelen dejar en el fondo salientes o rebarbas).
Continente y contenido, una misma lectura. Y si glamour faltase, sólo se trata de encargarle a John Calleija y a su grupo de joyeros en Australia, por unos cientos de miles de dólares, un juego de copas hechas en cristal de roca e incrustadas con 1700 diamantes blancos y rosas para que beban el champagne acorde a lo que son… verdaderos reyes.